VÍA CRUCIS
Y fue la
furia.
Y el desencanto,
el dolor
en todas y
cada una de sus exquisitas variantes
Y fue ÉL, sufrimiento,
canción majadera
martilleo irritante
contra mis cuatro paredes.
No hay
puertas ni ventanas por donde escapar.
(Los cuartos no tienen escotillas)
Tan solo un
proyecto inconcluso de tragaluz decadente
por donde
solían entrar los pájaros
aún sin batir las alas
aún sin
traspasar el límite,
nada más que
el misterio milagroso de sus trinos.
Y fue la
ausencia colgando de cada árbol, poste o cruz.
(¿Adónde se han ido los amaneceres?)
El cielo se
quebró en mil pedazos
y cada uno
de ellos se fragmentó hasta lo infinito
Lluvia de angustia
recurrente. No puede.
No puede
amanecer si no hay un cielo que lo sostenga
(Tampoco yo tengo piernas que me sostengan)
Este cielo
pintado me ha convertido en reptil.
Y fue el
ascenso.
¡Pobre oruga
sin alas!
Repta cuándo
y cómo puede hacia la cumbre del sauce
(Los sauces no saben de cumbres)
Sus ramas se
curvan inevitablemente al suelo otra vez
al principio,
al origen del problema: el intrincado zarzal.
Y fue el
descenso. O varios de ellos.
Uno por cada palabra clavada en el corazón.
(Sus espinas me coronan cual profeta
designada)
Y fueron los
estigmas de no sé quién…
(Cada cual ha de tener los suyos)
Y fue tu
nombre escrito en vivo sobre mis brazos:
te llamaste
pérdida
te llamaste
traición
aún sin
promesas establecidas.
Y fue mi
rabia por ti grabada en mí.
Y fue el
escape, y/o la fórmula para seguir respirando.
Y fue la
Muerte alisándome el cabello.
Y fue mi
madre besándome la frente.
Y fue el
llanto…
el alivio
del llanto contabilizando las horas de mis días.
Y fue el
retorno.
La postergación
del viaje a la Isla de Los Muertos.
Y fue por ti.
Por un nuevo intento.
Y fue la vergüenza
enterrada en el patio
y los
rencores tendidos al sol, expuestos a los cuatro vientos
hasta que no
quede ni una pizca del gris.
Y fue el Azul*
que llegó, en silencio, a instalarse
en todos mis
rincones.
¡Ah, cómo le
temo al Azul!
Y fueron dos
y luego tres, y cuatro, y siguieron:
los pájaros
han vuelto a gorjear en mi ventana.
(Ellos te han visto prendido en mis sábanas)
Y fue el
empeño
y el cuero
más duro y el aire más fresco.
Y fue la
pena escondida, colgada, escapulario en el pecho.
Y fue la
urdiembre
y fue el
telar, los grabados y el cuaderno:
tierra
nueva, lisa y blanca
que mi
puño-arado va partiendo.
Y fue este
par de alas tercas persiguiendo mis sueños.
Y fuiste tú,
TÚ, respondiendo.
Y fue el
tiempo cediendo:
“Solo existe
un hoy, el pasado ya está muerto”.
Y fue el
viento llevándose mi nombre…no sirve…no sirve…
Y me llamé
Masome*, como tributo al olvido:
No soy una, soy todas y cada una expuestas
en mí.
Y fue mi
cruz y la de todas.
Y fue el
resto, el rescate del objetivo
la razón
humillada contra el reinado violento de los sentidos.
(Y soy feliz)
Y así me he
sentido por tantas y tantas veces que…
ya no
importa lo que “ha sido”, sino, la persistencia
para vencer
al destino.
Y fue este
mismo rigor de monje para vivir siempre al filo
(Y es el canto de los filos en las plantas
de mis pies)
y los “no”,
y los “pronto”, y los “sí”, y los “mío”.
Y fue un paréntesis roto, porque el final no se ha escrito.
Por de
pronto, nada más que la paciencia y una hilera
interminable
de puntos suspensivos…………………………………………………………
de puntos suspensivos…………………………………………………………
Amanda Espejo
Quilicura/ 2006
*Azul: color
que, según la autora, simboliza tristeza, melancolía.
*Masome: nombre
creado para representar la fusión de los conceptos masoquista y sometida.
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