ACASO... ¿LO HAN VISTO?
Dime, fresca flor de la mañana, acaso... ¿has visto a mi amado?
Aún no acababa de trenzar mis cabellos
cuando él, ha cruzado frente a mi ventana.
Era tan bella el aura que lo envolvía que... lo he llamado
Sol.
Por un momento su brillo cálido se ha posado sobre mi frente.
Él me ha visto niña.
Yo, lo he sentido mujer.
Todos mis juegos han muerto tras su paso
y hasta mi nombre lo he guardado en el baúl de la inocencia:
Ahora me llamo
Búsqueda.
“Lo comprendo, joven Búsqueda. Por un leve instante, creí sentir a tu amado y ello bastó para que abriera mis pétalos. ¡Corre rápido, sigue el camino! Antes que el retorno complete el ciclo y vuestros ojos ya no puedan reconocerse”.
Dime, sauce de la melancolía, acaso... ¿has visto a mi amado?
Tal vez, el frescor de tus verdores
haya guiado sus pasos hasta tu sombra.
Es tan fuerte el afán que me provoca que... lo he llamado
Miedo.
Por un momento, lo creí sol, mas sus rayos nunca llegaron a tocarme.
Él, me ha mirado joven.
Yo, lo he deseado mujer.
Mi piel entera gime tras su huella
y hasta mi nombre lo he enterrado a la vera de las ansias:
Ahora me llamo
Flama.
“Lo entiendo, mujer Flama. Por instante, he cobijado a tu amado y he languidecido ante el fuego de su aliento. ¡Toma fuerzas, sube la colina! Antes de que el miedo te paralice y ya no puedas arder en su abrazo”.
Dime, viento del atardecer, acaso...¿has visto a mi amado?
¿O has llevado sus ecos por tu cielo?
Ha sido tan veleidoso su brillo y la vez, tan persistente mi miedo
que lo he llamado
Sueño,
Para dormida, poder hallarlo y al despertar, seguir soñándolo.
Él, me ha sonreído de lejos.
Yo lo he llorado por dentro.
Todos mis casillos se quiebran en el aire
y hasta mi nombre lo he colgado en la cruz del sufrimiento:
Ahora me llamo
Tristeza.
“Es cierto, mujer Tristeza, el canto de tu amado ha remontado el silencio y me he tornado brisa para gozarlo. ¡Grita fuerte, vuelve a nombrarlo! No dejes que el desaliento te aprese y selle tus oídos para su voz”.
Dime, noche de la decepción, acaso... ¿has visto a mi amado?
Por piedad, no ciegues sus pasos.
Tu manto cruel ensombrece mis ojos
y su estela no es más que un recuerdo.
Aún no entendía el milagro de nacer cuando él, marcó a fuego mi alma.
Para cumplir los designios lo he vestido de variados nombres:
De niña, pinté su nombre de oro
luego, temí ante la urgencia de amarlo.
Por lo inalcanzable lo creí un sueño...
Hoy, atribulada ante lo inevitable,
voy a llamarlo
Destino.
“¡Alégrate, al fin, mujer desagradecida! A tu amado yo lo he visto y él te espera en su lecho, en el fondo del torrente, donde no hacen falta ni luz ni fuego. Cúbrete conmigo y tu nombre... olvídalo. Desde ahora, vas a llamarte muerte”.
Amanda Espejo
Quilicura / 1 /10 / 2004