miércoles, 28 de octubre de 2009

Mi cuento / Mi propia poesía


MI PROPIA POESÍA


Justo en medio del jardín, debajo de una improvisada tarima, el maestro Julio daba los últimos aprietes al futuro escenario. Por entre los travesaños del entramado vio acercarse con paso nervioso a la dueña de casa, la señora Gloria, su patrona.
-¿Falta mucho maestro Julio?, me tiene Ud. sufriendo de ansiedad y ya están llegando los invitados.
-Casi nada Sra. Gloria, cinco minutos y ya estoy listo.
-¡Oh, por fin! – exclamó aliviada –. Venga luego a la casa para pagarle.
Y se encaminó presurosa al encuentro de las personas que iban llegando.
-“Por fin también digo yo – pensó él - , como si no quisiera haber terminado hace rato...”
A Julio, este trabajo le había caído de extra, y si bien tuvo que realizarlo después de su horario normal, tampoco podría haberse negado. Primero, porque la Sra. Gloria era la esposa de su patrón, y segundo, por necesidad: él no podía darse el lujo de rechazar ningún “pololito”.
Se incorporó despacio para no sentir la cuenta que su cuerpo de casi sesenta años le estaba cobrando y se encaminó a la cocina. Le abrió una mujer joven, vestida con un impecable uniforme azul y blanco.
- Buenas noches señorita, ya terminé. La Sra. Gloria me dijo que pasara por aquí.
- Sí maestro, aquí le tengo su sobre.
Aprovechando el buen tono de la mujer, se atrevió a comentar :
- Bien elegante la fiesta, ¡hasta con escenario!
- ¡Ah, si! – exclamó la joven – Es que no se trata de una fiesta común. La Sra. Gloria pertenece a un círculo literario y como anfitriona le gusta deslumbrar. Hoy celebran una tertulia, y el escenario, como dice Ud., es para lograr el ambiente necesario de cada relato o poema.
- ¡Mire pues! – asintió Julio moviendo la cabeza – Todo esto para leer poesía... bueno señorita, gracias y hasta luego.
Se despidió guardando el esperado sobre en el bolsillo interior de su casaca. Mientras caminaba hacia el paradero de micros no pudo evitar seguir viendo el hermoso jardín, adornado con unos candelabros de fierro envejecido donde ardían unos velones gordos, importantes, de color y olor a miel. Sobre la tarima que él construyó se habían dispuesto unos arcos de flores simulando una pérgola, y en las esquinas se mecían al vaivén del viento, unas cortinas de gasa en color natural, como derramándose por sus pilares.
-“Todo eso para leer poesía... - repensó –. Subió a la micro y después de un buen rato de ir colgando, pudo conseguir al fin un asiento donde se desplomó agotado. Generalmente, se dormía en un dos por tres y como si su cerebro tuviera una alarma, se despertaba justo una o dos cuadras antes de su bajada. Sin embargo, esta vez no pudo dormirse. La visión del hermoso cuadro presenciado le recordaba el concepto “poesía”, y esta palabra se repetía en su mente cual una fórmula mágica que lo arrastraba hacia el pasado.
- “Alguna vez, yo también supe de eso.” - Y retrocedió por un túnel dentro de sus recuerdos hasta encontrarse a sí mismo convertido en un niño de unos diez años o algo más. Estaba llegando de la escuela y corría emocionado en busca de su madre.
- ¡ Mamá, mamita, mira lo que te traje! – Su madre le había abrazado y después de estampar un besote sonoro en su carita, le decía: ¿Qué cosa mi niño, acaso es un regalo?
- Sí mamá, es un regalo y se llama poesía. Hoy me la aprendí para ti.
Con las mejillas arreboladas, había sacado un papel del bolsillo de su overol gris y entregándolo a su madre, le decía: escucha, se llama Obrerito, es de una poetisa chilena, Gabriela Mistral y me la aprendí de memoria.
Y con sus ojitos brillantes recitaba: Madre, cuando sea grande, ¡ay, que mozo el que tendrás! Te levantaré en mis brazos como el viento alza el trigal. Yo no sé si haré tu casa, cual me hiciste tú el pañal, o si fundiré los bronces...

- Señor, ¿Me permite el asiento por favor? - La voz firme trajo a Julio al presente.
Después de hacerse a un lado para dar paso al pasajero, sus recuerdos llenaron el espacio donde se encontraba. Recordó cómo, poco a poco, la vida le fue robando sus sueños. Las promesas hechas a su madre se cumplieron sólo en parte. La repentina muerte del padre le obligó a trabajar siendo aún un muchacho, y su escuela, cuadernos y un posible futuro profesional se perdieron entre carretillas, ladrillos y mezcla de cemento. Sus libros los cambió por la música, eterna compañera en sus jornadas de trabajo. La lectura se fue reduciendo al sencillo acto de ojear un diario, ya fuera suyo o prestado, el que nunca faltó entre sus compañeros. Aunque en algún fugaz momento había pensado retomar los estudios, esto siempre fue postergado, ya por su casamiento, ya por los tres hijos o porque ellos pudieran estudiar todo lo que él no pudo.
- “Es linda la poesía, pero esquiva con los pobres... al final, pinta mundos que no son nuestros.”
Volviéndose hacia la ventanilla, se dio cuenta que su viaje terminaba.

Al bajar, todo el cansancio acumulado le cayó sobre los hombros haciéndole sentir más disminuido aún. Tan sólo dos cuadras más, y ya estaría en casa.
- ¿ Qué habrá preparado la vieja? – se preguntó, al tiempo que su estómago lanzaba extraños ruidos en señal de protesta por el largo ayuno obligado.
Mientras abría la reja de su casa, una vocecita tierna lo salió a recibir:
- ¡Tata, llegó mi tatita! – gritó una pequeñita de tres o cuatro años que, veloz, trepó a sus brazos y se colgó de su cuello
. - Sí mi preciosa, llegó su tata, dígame... ¿quién es mi encanto? ¿Cómo se llama el capullito del tata? Y mientras la besaba, la llenaba de ternuras. ¿Cómo se portó la más linda de todas las niñas?
- Bien, ¡muy bien tata! Pero no quería comer sin que tú llegaras.
Al entrar al comedor, Julio miró a su mujer que medio asomada en la cocina, le anunciaba:
- La Rosita te está esperando, así es que siéntense “altiro” que voy a servirles.
Un olor tentador anunciaba lo sabroso de la comida que le esperaba y ese placer anticipado le borró todo el cansancio y le levantó el ánimo.
Dejó a la niña en el suelo y observando atentamente su carita sonriente y sobre todo, el cariño con que ella lo veía, lanzó una risa contenida, diciendo para sí:
- ¡Qué escenario, qué de velitas!... Que disfruten su poesía todos esos poetas. Yo, en los ojos y en la risa de mi niña, tengo el canto de la vida .
Y alargando su mano hacia la niña dijo: ¡Ya mi princesita, vayamos a la mesa!


FIN

Amanda Espejo
Cuento mención honrosa en el 17° Concurso Recordando a Gabriela y Pablo

domingo, 25 de octubre de 2009

Mi homenaje / Aquí y ahora


Concurso de poesía Victor Jara


AQUÍ Y AHORA



Aquí no cuenta el lugar
la lengua, la raza
o el color de la bandera.
Menos aún,
el vaivén de la balanza
desde derecha a izquierda.

Aquí, lo que aterra es el gesto
la cobardía del acto
la degradación del SER
y el poder ilimitado del sin-sentido.

Aquí, paloma...
un Hombre canta, crea, ama.
Aquí, ¡ay, ay, ay!...
un hombre troncha, ciega, mata.

“Hoy te recuerdo Víctor
con tu voz y tu guitarra,
a treinta años de tu falta
permanece tu palabra.
En callejuelas mojadas
sigue buscando la Amanda,
sigue durmiendo el negrito
mientras la madre trabaja”.

.....y el sol brilla... brilla... brilla.



Amanda Espejo
Quilicura/ febrero/ 2009

Este texto quedó seleccionado para conformar una antología en la convocatoria que muestro a continuación. Desde la fecha de ese correo han sido innumerables los mensajes que he enviado para que se concrete lo estipulado con respecto al envío del diploma. El señor Eduardo Jopia tiene oídos sordos a todo lo que sea cumplimiento y seriedad en esta clase de eventos y deja muy mal puesto el nombre de Centro Chileno-Argentino.
Eso. Quería compartir este sentimiento de desagrado. Como dice el texto, yo también sigo esperando.



Mostrar detalles 23 mayo 2009


Estimado Poeta:
Nos dirigimos a usted para informarle que el jurado de selección del Concurso Homenaje a Víctor Jara lo ha seleccionado con su poesía para conformar dicha Antología, por ello a los que vive en la Argentina específicamente en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires o la provincia de Buenos Aires lo invitamos a recibir su diploma de haber sido seleccionado para el libro que se editara y presentara en el mes de septiembre de 2009 en esta Ciudad. Es el mes en que Víctor Jara naciera y fuera asesinado por los golpistas de 1973 en donde lo recordaremos, por ello lo invitó a recibir su diploma que le sera entregado el día 2 de junio de 2009 a las 18 horas en punto en el Salón de la Provincial del Congreso Nacional de la República Argentina sito en la calle Hipolito Yrigoyen 1849 (entrada, rogamos venir con documento a usted y sus acompañantes). Esperamos conocernos personalmente, y los que vivan en el interior de la Argentina o en el extranjero se lo enviaremos vía correo por lo cual rogamos enviarnos su dirección postal y contestar nuestro email.
Saludo a usted muy atentamente

Eduardo Jopia
Secretario General
Centro Chileno Bernardo O´higgins
El decano de los Centros en la Argentina
Fundado el 7 de Agosto 1943
Tel 4306-0923 Cel 1559275915
e-mail optativo: centrochilenobernardoohiggins@gmail.com
http://ccbohiggins.blogspot.com

sábado, 10 de octubre de 2009

Mi cuento / El brazo


EL BRAZO



Si no fuera por el golpeteo de los dedos contra su muslo, se diría que la mujer de rostro ladeado hacia la ventanilla iba dormida. Sólo su mano por alguna razón, se negaba a estar quieta. Tal vez, el traqueteo del bus le sugería una especie de ritmo y no era la primera vez que parte de su cuerpo tomaba decisiones propias.

“La ventanilla es como una cinta de celuloide”, pensó. Afuera una pareja de jóvenes se apretujaban sin pudores arrimados a un poste de luz. Un estremecimiento le recorrió las piernas al observarlos. Algo tembloroso entre placentero y molesto. De pronto, deseó con vehemencia estar abajo, en medio de la cinta imaginaria que corría sin discriminar personajes ni actitudes.


Bruscamente, algo cortó la monotonía de su viaje. Un brazo rotundo, nervudo y masculino se afianzó en el fierro superior, un paso más adelante que el asiento de ella. Un vaho de aire caliente se filtró por la ventanilla entreabierta y se le pegó en el rostro. Entonces pensó que iba a enrojecer y que todos se darían cuenta de que algo le estaba pasando, algo que la ponía fuera de control.


¿Qué tenía que ver el brazo con eso? Su mirada buscó la mano. No era delgada, por lo tanto, sus yemas habían de ser de una blandura cálida, tal como de pronto, le pareció el asiento bajo sus posaderas: en ese instante lo sintió mullido y caliente, sobre todo, caliente. Desesperada, comenzó a moverse suavemente al compás que insinuaban las ruedas del bus.


- La culpa – urdió - la tienen las yemas suaves y cálidas que adivino en ese brazo desconocido. Son ellas las que han bajado hasta aquí, se han introducido entre mis piernas, han hurgado y provocado este desborde de humedades que empapa mis ropas. Ahora se deslizan, se resbalan por cada uno de mis pliegues en busca de ... y allí lo tienen. Ya lo encontraron y se prenden a él delicadamente, yema contra yema, lo perciben, despacio, lo tantean tan exquisitamente, que el resto de mi sexo se muere de envidia. Quiero que me toquen por todos lados. Que refrieguen su blancura contra mi rosa. Que adivinen mis sensores. Que los palpen... que no me suelten hasta que me pueda frotar en el asiento lo suficiente y ...¡oh, maravilla!, ya viene. Una última acelerada con el ronquido preciso para esconder mi gemido y... ¡Ahora!


Un salto provocado por el camino la dejó sudada hasta la raíz del cabello. El calor no abandonaba su rostro y amenazaba con inundar sus senos, los que erigían sus pezones hasta hacerle doler. Haciendo un esfuerzo sacudió su cabeza arreglándose el pelo. Mitad certeza, mitad imaginación, sobre la línea que demarcaba el brazo vio unas pestañas oscuras velando un ojo que ella sabía clavado en cada centímetro de su cuerpo. Una extraña emoción la embargó...


El tiempo le jugaba en contra. Sin pensarlo se puso de pie y avanzó por el pasillo acercándose al causante de su alboroto. Sintió placer mientras su cuerpo se abría paso por lo apretado del gentío; disimuladamente, se paró tras el portador del brazo y se dejó llevar por el balanceo propio del bus. Queriéndolo, su vientre rozó sin vergüenza las caderas del hombre y su trasero. Ella, audaz como el más experto de los acosadores se mantuvo allí sin atreverse a respirar. Lo imaginó desnudo...el resto de su cuerpo tenía que ser duro y suave a la vez. En ese instante, se dio cuenta de que estaba harta de vivir en base a fantasías y que de una vez por todas quería ser la protagonista real de una de ellas. Esto le dio nuevos bríos y con un último refregón sobre la espalda del hombre se deslizó hasta la puerta de bajada. Él la seguiría, estaba segura. Su invitación había sido inequívoca.


Una vez abajo no fue necesario que volteara para confirmar su presencia. Caminó de prisa, sin exagerar, segura de sí misma y moviendo las caderas a modo de señuelo para el cazador mientras la fricción de sus piernas, una contra otra, provocaba temblores en sus muslos.


La calle siguiente desembocaba en una especie de peladero; hacia allá dirigió sus pasos. Caminó hasta dejar atrás la última casa y buscó el rincón que le pareció más protegido antes de parar su carrera. Tampoco fue necesario que se volviera. El ruido de los zapatos rascando la gravilla duró exactamente diez segundos más antes de detenerse tras su espalda. Ella cerró los ojos y aspiró una bocanada de aire tibio en busca del aliento necesario para proseguir. El resto no corrió por cuenta de ella. La violencia de una mano sobre su hombro la enfrentó de bruces con su realidad.


-Putas, vieja, para el hueveo ¿ya? Te iba a pedir unas pocas monedas, pero me choreaste y ahora te va a salir más caro. ¡Dame la cartera! Y el reloj y la cadena.


Un muchacho encorvado y ojos extraviados no esperó a que se despojara de las cosas: se las arrebató a tirones, casi a la par que hablaba.


Paralizada como estaba, ni siquiera sintió los pasos del agresor al retirarse.


Trató de caminar pero no pudo. Estaba agotada y pisoteada hasta la última fibra de su dignidad. Mejor esperaría un poco hasta que se secaran la humedad de su entrepiernas y la burla de una noche en que ella no sería la heroína de ninguna historia.



FIN


Amanda Espejo
Publicado en Cuentos Eróticos
LA NACIÓN DOMINGO