Se escribe. Se escribe tanto como se vive, y tal como en
ello la vida pasa rauda e indómita por nuestro lado; impasible ante la angustia que nos
provoca no poder asirla de las bridas, una en cada mano y dirigir el destino a
voluntad. Pero pasa, cada cosa buena o mala pasa, y con ello se renueva el martirio
de la NO permanencia.
¡Ah, cómo hacerlo, cómo prolongar los momentos de triunfo y relegar al más profundo olvido las penurias que los contrastan! Pero usted no tema: todo pasa, o ¿acaso no ha sido testigo asombrado/a de lo que le hablo? ¿No escuchó y tarareó alguna vez junto a Mercedes Sosa eso de “…cambia, todo cambia”? Precisamente ese es el tema: el cambio que deviene de este “pasar” majadero y recurrente. Así y todo, tiene su lado positivo aquello…por ejemplo, los momentos de duelo no se prolongan más que lo necesario y luego, renace la esperanza o lo que sea, pero la cúspide del dolor queda atrás, a la espera de que se complete un nuevo ciclo de altos y bajos tal como lo impone todo en el universo, desde la noche, el día, las cuatro estaciones y el sistema solar en pleno.
Y se escribe sobre ello, sobre los cambios, los avances, las cruzadas, las conquistas, las tendencias, las
revoluciones, los estallidos sociales, las fluctuantes emociones y las nuevas ideologías, todas ellas nuevas versiones de algo que YA existió
porque…todo pasa, y lo que hoy nos parece de tal modo, mañana será distinto,
sin perdonar siquiera los axiomas básicos dela filosofía.