sábado, 23 de enero de 2016

CIERRO LOS OJOS

Gentileza de: http://cerrorenca2009.blogspot.cl/



Hay algo extraño en el aire. No sé si es dentro de este microbús (303, Quilicura) o afuera, envolviendo el largo ondular de la carretera Panamericana.

Pongo todo mi empeño en concentrarme en parte de lo que pasa tras la ventanilla: fábricas y más fábricas; casas viejas; alguna plaza antigua a medio extinguir, una que otra vulcanización y paradero tras paradero se suceden sin que mi creciente ansiedad logre focalizar su causa.

¿Qué hace tu nombre aquí, anclado en mi pecho, en un momento así?

La parada frente a Coproflor, deja entrar por puertas y ventanas un olor casi denso, aromas calientes a flores de todo tipo, afectas al inmenso calor de verano.

No puedo evitar hacer correlación entre flor, cementerio y muerte. Cierro los ojos.

Pero…otra vez... Dime: ¿qué hace tu nombre a punto de desbordar mis labios?

Inquieta a más no poder, abro los ojos. A contraluz de los bellos tonos del atardecer, como un mal augurio, me impacta la nitidez de la cruz del Cerro Renca.

¿Una cruz? No puedo desconocer las coincidencias y en este momento, debo creer en ellas. Negarlo sería aceptar la posibilidad de tu triste partida.

Cierro los ojos: sigo viento la silueta de los maderos en cruz. Los abro.

Entonces sucede lo inexplicable: te veo, hombre-cometa, recortado contra el cielo del atardecer, brazos y piernas extendidos, en plena lasitud, entregado a una lenta pero inexorable ascensión. Un cable que pende de tu tobillo se mece suavemente con el viento. Arrebatada, me alzo para agarrarlo en un loco intento por detenerte, por conservarte aquí, en el mundo de los mal llamados vivos, pero es inútil: una y otra vez mis esfuerzos se ven frustrados. No te alcanzo.

Y grito. Grito muy fuerte pensando hacerme notar: ¡Detente hombre-cometa! No puedo soportar tu partida. No soy capaz porque, aún peor que tu fuga, me es insoportable la certeza de que no puedo hacer nada con respecto a ti. QUE NUNCA PUDE HACERLO.

Dentro de mi cabeza, las letras de la palabra “nunca” se agigantan lo indecible, hasta que mis sienes parecen estallar de dolor.

Abro los ojos para dejar de verlas y, efectivamente, desde la ventanilla, nada veo, excepto el mismo cúmulo de tierra que va quedando atrás, y un desfile de nubes rosa y violeta que se niegan a sucumbir al gris.

Me convenzo: todas estas visiones son producto de la modorra. Culpa de la ola de calor. Consecuencia de un largo viaje de regreso a casa en la hora peak. Y tú -reafirmo-, nunca estuviste elevándote ante mis ojos.

Este último pensamiento inunda mi pecho de tanta paz, que no deseo ver nada nuevo que me perturbe.

Vamos llegando al trébol de Panamericana. Consciente de ello, cierro mis ojos con fuerza y concentro toda mi atención en contar los cuatro paraderos que faltan para acabar mi viaje. Pasado el tercero, abro los ojos y me apronto a bajar.

Ya es noche, y ella se ha tragado hasta la última de las nubes. Su tonalidad pareja tampoco permite distinguir en lo alto nada más que algunas estrellas. Curiosa, igual alzo la mirada para confirmar que no hay nada anormal. Una media luna lejana es lo más que resalta en el plano oscuro. La observo para saludarla como siempre hago y allí, colgando de una de sus puntas, creo ver un colgando un largo hilo que nace de una mancha irregular más grande y oscura que las que se suelen ver.

Quedo absorta. En un gesto instintivo, los dedos de mi mano se alzan sobre mi cabeza.

¿Es… que… podría ser…?

Temblando, cierro los ojos y apuro el paso.





Amanda Espejo

Quilicura / enero - 2016

viernes, 22 de enero de 2016

Poema GRATITUD





Cosas que agradecer, cosas sencillas, de todos los días y en cada momento que, precisamente por

ello, parecieran no tener importancia:





Sobre mi cabeza, tres pesos de tintura oscura

mantienen a raya las canas.

No hay heridas abiertas sobre el campo triste de mi piel.

(Adentro…adentro es otra cosa)

Mis dos ojos miran, y además, ven

uno más que el otro,

y mis oídos registran en vivo

desde la estridencia del gallo

hasta el rechinar de la cama

(ésta, que se mueve todavía).

Esta corriente mañana,

un tazón de leche humeante alborota mi nariz

con el olor insoportable de la añoranza.

Alerta está la memoria

que va estrujando momentos

almacenados en las trincheras del patio,

girando en ruedas de patín, escondidos

en los estuches de palo sobre el pupitre.

Recuerdos dulces se desparraman en mi boca

y puedo sonreír con ella,

y puedo mostrar, relativamente

unas hileras de dientes con bajas disimuladas.

Ambos, ellos y yo podremos

Incorporar a la lengua al festín de medio día

combatir con alborozo una cazuela y su choclo

y darle, diente con diente, hasta que la barriga duela.

¡Duela de gusto y de llena!

Llena, llena, llena…

Tan llena de bendiciones

como un común y corriente día

de una mujer y un hombre cualquiera.





Amanda Espejo

(Rescate de textos, año 2007)

jueves, 21 de enero de 2016

TRENZAS SOBRE UN CINTILLO




Para pasar las horas de una tarde sofocante, cojo un cintillo roto y trenzo, (como antes)
manojos de hilo torcidos sobre la curva de alambre.

Trenzo, madre, con el tejido de “mango”… ¿recuerdas? El que usabas para sellar las bolsas de compras, mismas que luego vendías para comprar el pan familiar.

Trenzo, y  en ello me transporto a la niñez perdida que todos quisiéramos olvidar.

Tú cortando las tiras plásticas, y nosotros, todo quien fuera capaz de mover los dedos,
trenzando interminables sogas de colores que tus sabias manos anudarían para confeccionar una malla.

Yo, trenzando, pensando era un juego, algo para remontar las largas tardes aislada, sin derecho a salir de casa, jugar, o hacer amigas.

Los postigos entornados, encerrados todos por necesidad y capricho de él: tu compañero elegido.

¿Pensaste alguna vez en el daño causado, heredado sin miramientos a cada uno de tus hijos?

Pienso que no. Que la realidad se te extravió muchos, muchos años antes. Tal vez, en plena adolescencia: un par de trenzas largas enrolladas en tu cabeza, tratando de dar el “gran paso”, el mismo de tus hermanas y que tú nunca pudiste igualar.

Trenzo tal como te vi peinar mis trenzas escolares, antes de que él se antojara por cepillar mi cabello y las reemplazara por un cintillo.

Tú trenzas y yo trenzo.

Las tiras de plástico se amontonan mientras no dejo de mover mis dedos ágilmente, en muda competencia para ver si te gano. Si te ríes por ello. Si me dejas parar un momento y descansas conmigo.

Quiero abrirme para ti. Destrenzar las palabras de mis sueños y exhibírtelas en todo su candor.

Mas, no hay tiempo. La hermana pequeña pide su leche y llora por muda el hermano menor.

Tu orden (un machetazo) corta, una vez más, toda posibilidad de intimidad entre las dos.


Hoy, un día al azar, trenzo manojos de hilos de cáñamo sobre un cintillo viejo, y ese simple acto, de antiguos conceptos mancomunados*, desafía la línea de tiempo hasta traerte, nuevamente, junto a mí.






P.D.  Dicen, gente que nos conoce, no entender el  porqué te escribo tanto.
¿Acaso no saben eres mi primer y último cable de arraigo a esta tierra?



*Conceptos ligados a la niñez: trenzas y cintillo.



Amanda Espejo

Quilicura / enero - 2016

miércoles, 20 de enero de 2016

Poema LA CIUDAD SIN TI






LA CIUDAD SIN TI




Estreméceme el vacío que se apropia

de cada recoveco citadino:

no hay esquina ni plaza que se justifique

si en su entorno, no te encuentro.

Doliente, podría seguir sin tiempo

dejándome llevar por estas cuatro ruedas inconducentes.

Indistintamente del destino elegido

nada cambia. Sigues no habido.

Y así persistes,

entre millares de rostros multidireccionales

que entrecruzan el plano absurdo de esta ciudad.

Mi viaje, péndulo infructuoso

no tiene más sentido que observar

creer      pensar      desear

que en un quiebre del destino,

un desliz del Gran Titiritero

olvide tirar del siguiente hilo, entonces

tu tropiezo vahído temblor

te entorpezca el paso

y cual atenta saeta, te vislumbre este ardor

anhelo      urgencia      tormento      Amor

Solo un leve pestañeo (un guiño),

milésima de segundo de tus ojos en los míos…

¡Harán que despierte la urbe entera!

Se yerga      proyecte      consolide

como algo más que un cómic estático

y viñetas más o parlamentos menos,

en el meollo del drama, valdrá la pena haber vivido.






Amanda Espejo

Quilicura / enero - 2016

martes, 19 de enero de 2016

Poema VÍA CRUCIS

Un "rescate" de texto entrampado en un cuaderno viejo...





VÍA CRUCIS




Y fue la furia.

Y el desencanto, el dolor

en todas y cada una de sus exquisitas variantes


Y fue ÉL, sufrimiento,  canción majadera

martilleo irritante contra mis cuatro paredes.

No hay puertas ni ventanas por donde escapar.

(Los cuartos no tienen escotillas)

Tan solo un proyecto inconcluso de tragaluz decadente

por donde solían entrar los pájaros

aún  sin batir las alas

aún sin traspasar el límite,

nada más que el misterio milagroso de sus trinos.


Y fue la ausencia colgando de cada árbol, poste o cruz.

(¿Adónde se han ido los amaneceres?)

El cielo se quebró en mil pedazos

y cada uno de ellos se fragmentó hasta lo infinito

Lluvia de angustia recurrente. No puede.

No puede amanecer si no hay un cielo que lo sostenga

(Tampoco yo tengo piernas que me sostengan)

Este cielo pintado me ha convertido en  reptil.


Y fue el ascenso.

¡Pobre oruga sin alas!

Repta cuándo y cómo puede hacia la cumbre del sauce

(Los sauces no saben de cumbres)

Sus ramas se curvan inevitablemente al suelo otra vez

al principio, al origen del problema: el intrincado zarzal.


Y fue el descenso. O varios de ellos.

 Uno por cada palabra clavada en el corazón.

(Sus espinas me coronan cual profeta designada)

Y fueron los estigmas de no sé quién…

(Cada cual ha de tener los suyos)

Y fue tu nombre escrito en vivo sobre mis brazos:

te llamaste pérdida

te llamaste traición

aún sin promesas establecidas.


Y fue mi rabia por ti grabada en mí.

Y fue el escape,  y/o  la fórmula para seguir respirando.

Y fue la Muerte alisándome el cabello.

Y fue mi madre besándome la frente.

Y fue el llanto…

el alivio del llanto contabilizando las horas de mis días.

Y fue el retorno.

La postergación del viaje a la Isla de Los Muertos.

Y fue por ti. Por un nuevo intento.

Y fue la vergüenza enterrada en el patio

y los rencores tendidos al sol, expuestos a los cuatro vientos

hasta que no quede ni una pizca del gris.


Y fue el Azul* que llegó, en silencio, a instalarse

en todos mis rincones.

¡Ah, cómo le temo al Azul!


Y fueron dos y luego tres, y cuatro, y siguieron:

los pájaros han vuelto a gorjear en mi ventana.

(Ellos te han visto prendido en mis sábanas)

Y fue el empeño

y el cuero más duro y el aire más fresco.

Y fue la pena escondida, colgada, escapulario en el pecho.

Y fue la urdiembre

y fue el telar, los grabados y el cuaderno:

tierra nueva,  lisa y blanca

que mi puño-arado va partiendo.

Y fue este par de alas tercas persiguiendo mis sueños.

Y fuiste tú, TÚ, respondiendo.

Y fue el tiempo cediendo:

“Solo existe un hoy, el pasado ya está muerto”.


Y fue el viento llevándose mi nombre…no sirve…no sirve…

Y me llamé Masome*, como tributo al olvido:

No soy una, soy todas y cada una expuestas en mí.

Y fue mi cruz y la de todas.

Y fue el resto, el rescate del objetivo

la razón humillada contra el reinado violento de los sentidos.

(Y soy feliz)

Y así me he sentido por tantas y tantas veces que…

ya no importa lo que “ha sido”, sino, la persistencia

para vencer al destino.

Y fue este mismo rigor de monje para vivir siempre al filo

(Y es el canto de los filos en las plantas de mis pies)

y los “no”, y los “pronto”, y los “sí”, y los “mío”.


Y fue un paréntesis roto, porque el final no se ha escrito.

Por de pronto, nada más que la paciencia y una hilera interminable

de puntos suspensivos…………………………………………………………




Amanda Espejo

Quilicura/ 2006



*Azul: color que, según la autora, simboliza tristeza, melancolía.

*Masome: nombre creado para representar la fusión de los conceptos masoquista y sometida.

sábado, 9 de enero de 2016

ALGO MÁS QUE LLENAR CUARTILLAS




(Alcance particular sobre el oficio de escribir)



Cuesta tanto escribir…darse el tiempo para ello en el momento justo que la emocionalidad lo requiere. Cuesta, porque cuando ello sucede, generalmente estamos inmersos en la estructura diaria y el tiempo para brindarnos un paréntesis es escaso o nulo. Más aún si de inspiración se trata: los destellos de ésta, los caprichosos guiños que nos brinda a través de una imagen, palabra o hecho, suelen ser tan breves como valiosos. Nos dejan -como flores en las manos- un concepto, una frase (tal vez el esbozo de un verso), junto a la urgencia de expresarnos en el momento mismo, ese que nos es siempre esquivo en horas o minutos que nos permitan verternos sobre el papel.

¿Falta de rigor del escribiente? Puede ser. Y seguramente lo es para quien escribe formateado por el hábito; para quien, pudiendo hacerlo, plantea las horas de su día de modo que le permita retirarse al santuario de su escritorio, sagradamente, para labrar el fruto deseado; mas, para el poeta, nada de ello valdría sin el sentimiento: aquél que logra el equilibrio perfecto entre idea, inspiración, oficio y sentir.

Así como llega, el asomo de un poema se puede evaporar en un dos por tres si alguno de estos factores no se conjugan debidamente. Podrán rebatirme, lo sé, y estarán en todo su derecho, ya que cada cual funciona por su método, pero, lo aseguro, cantidad más o menos de escritos apilados no certifican poesía. Ésta no depende de un asueto de reloj. No se mecaniza como crónica ni cuento breve. En ella no basta el dominio de un extenso vocabulario ni el sabio manejo de los recursos literarios. Un ojo atento, el acontecimiento actual, la denuncia precisa y hasta el lamento amoroso, tal como la vieja alquimia, necesitan de la piedra filosofal que convierta todo aquello en lo que ansiamos. Esta piedra es la emocionalidad, la capacidad de sentir, sin barreras predispuestas, que cada cual contenemos dentro de sí. Sin ella, todo escrito, por novedoso o perfecto que sea en su sintaxis, se percibirá frío; se leerá, tal vez, de un tirón y satisfará seguramente a nuestro intelecto, mas, nuestra sensibilidad permanecerá intacta, y luego de un par de días no conservaremos nada de lo leído o escuchado, excepto, quizás, un leve recuerdo de que “no era malo”.

Escribo esto, robándome una fracción de tiempo frente al teclado. Una, que si bien me permite esbozar este comentario, no consta de lo requerido para dedicarla a sintonizar las vibraciones necesarias para crear poesía. No podría. Ella, por muy manoseada que esté, merece todo el respeto de mi parte.

¡Y quién soy yo para pensarme poeta! No más que un ser humano en honesta y eterna búsqueda.



Amanda Espejo

Quilicura/ enero - 2015