En estos cinco minutos (o quizás tres)
de lucidez repentina
te escribo a ti, cruel amiga
mi carcelera implacable.
Te gusta serlo creo lo gozas
y ríes ¡lloras de la risa!
mientras tu llanto de óxido se posiciona
en cada engranaje de mi cerebro.
Otros te llaman olvido.
Yo te nombro Des-memoria.
Engañoso es tu abrazo,
lánguido, pero férreo a la vez.
Sueltas y tiras la soga a tu antojo
sabiendo que nada puedo hacer
salvo, pequeños saltos contracorriente,
actos desesperados de rebeldía
que se disuelven a la hora de las sombras.
Vamos, vieja amiga, con confianza
llévate los nombres de cada rostro difuso
que ya, de nada sirven.
Al marchar, cierra la puerta y tira la llave.
No necesito más que una ventana olvidada
entreabierta, para respirar el sol
y entibiarme al soplo de la brisa.
Ella remplace la calidez de los abrazos
de los que ya no vienen
de los que ya no llaman
de los que mi mente niega desde la noche al día,
Aquellos amados de siempre,
mis nuevos desconocidos,
de los que no pensaría existieran, si no fuese
por el vacío inmenso de su falta.
Mientras yo a ratos
tarareo canciones (o trozos de ellas)
en vano intento de engañarte, que pienses
es inútil tu presencia y te marches.
Pero no. Trastabillo.
Y mi voz se quiebra sin notas que la sostengan.
Tú ganas. Me rindo.
Amanda Espejo
Quilicura / marzo - 2017