Me llamas.
Que te hable, dices…que te diga.
¿De qué quieres que te hable con esta escasez de palabras?
¿Qué podría pronunciar en medio de esta mudez necesaria?
Hay un tiempo en que el verbo enmudece por cansancio,
por hastío, por costumbre o miedo.
Otras, se repliega por horror.
De espaldas al camino, aprieta el puño y cierra los ojos ante el árbol de la Vida
y ese fruto exquisito que nos brinda, resultante en Muerte.
No miro, no hablo, no escucho otra cosa que el retumbar de un corazón desalado.
Que te hable, dices…yo digo: no te conozco.
No puedes ser tú si no soy yo ésta que calla,
que se empecina en desalojar el sonido de su mudo entorno.
“Sin voces no hay engaño”
(o un poco menos), ¿lo entiendes?
Sigue tú embelleciendo espacios con conceptos de colores.
Por hoy, paso.
Es tan hermoso el silencio…
Tan necesario para bien escuchar la demonia/musa pensante que yace en nuestro interior…
Contradecirla, rebatirle una a una sus perversas sugerencias.
Ordenarle que retire su corona de púas.
Exigirle que ¡pare!
que es tiempo perdido su ladina verborrea
que NO es yo, ni yo soy ella.
Que somos ambas, y muchas más,
herencia imborrable de madres y abuelas.
Que no queda nada que podamos hacer como no sea
sentarnos, calladas, a la vera del destino
a escuchar el rumor del arroyo, el silbido del viento,
hasta percibir ese atípico temblor de la tierra (esa grieta)
esa trizadura del tiempo que nos señala ¡con júbilo!el anhelado momento de retornar al Origen.
hasta percibir ese atípico temblor de la tierra (esa grieta)
esa trizadura del tiempo que nos señala ¡con júbilo!el anhelado momento de retornar al Origen.
Amanda Espejo / Quilicura / Abril - 2016
Hermoso poema Amanda
ResponderEliminarGracias por tus palabras, Raquel, y por el tiempo perdido/invertido en leerme. Un abrazo.
Eliminar