Después de deslizar el bloque y los burdos peñascos,
después de remover la tierra
de quitar la costra y escarbar heridas a medio secar en el tiempo…
Después del viento
desmontando la hoja del tallo,
después que el hueso emerja de lo oscuro
y se alineen los sentimientos truncos a lo alto del viejo ciruelo,
después del súbito llanto
de la ira, la pena y el remordimiento…
¡Milagro!
Todo aquello lo aguanta la pequeña caja de fieltro gris.
Después que las horas se descuelguen
una a una, de la más larga rama,
después que se hayan ido hasta el último de los pies extraños,
después de todo aquello…
Déjame que llore, al fin, con ganas,
deja que me tumbe, desnuda
de bruces sobre la losa áspera.
Deja que enlode mi cara y sangren mis pezones
como tributo cierto a la vida en medio de tanta muerte.
¿Me sientes?
Aquí estamos.
Yo de arriba, tú de abajo.
Ni tan cerca ni tan lejos…
Indivisibles, en la memoria, ni muertas ni vivas.
Amanda Espejo
Quilicura, marzo - 2019
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