Hace ya unas treinta lunas, te pensé y lo dije: infame.
Desde entonces, cada año tiro una piedra al pozo
(sistemática porfía)
por desprenderme de ti.
Cúmulos de dura roca te sepultan bajo el agua.
Lisa está mi mano, alba mi palma
libres mis dedos de cada letra que te nombra.
Triste, cansada memoria se niega a redibujar tu cara.
Aun así, cruel ameba
buscas la forma de reproducirte dentro de mí.
¿No te bastó nuestra historia?
“Para muestra, un botón”
Entre miles sonidos de la Tierra
a todo su largo y ancho, alguna vez desearía
rencontrar el timbre de tu voz.
No por las viejas palabras
no el susurro
no la dulzura
(ni el quejido)
sino, para exigirte, infame
prontamente te marches de mis sueños.
Deja de colarte bajo el párpado.
Deja sin andar mis ambiguos senderos,
íntimos vericuetos que no llevan a lado alguno.
Inconsciente, ¿qué pretendes?
¡Está guitarra está rota!
Cada una de sus cuerdas enredóse en mi cabello
Con cada dolor, cada angustia, cada corte
centímetro a centímetro, fue quedando en el camino.
Si lo pienso entonces
inexplicable resulta encontrarte a la hora de las ánimas
cuando la voluntad pierde su esencia
cuando la ira dormita a la luz de media vela
cuando tu roce, intangible (e infame)
enciende súbitas alarmas de miedo
y al aire pesa…pesa…se espesa
mientras el deseo boquea, agonizante
condenado pez, retorciéndose,
sobre las arenas de una playa de un mundo sin nombre.
Amanda Espejo
Quilicura, febrero - 2019
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