¡Oh, Santa!, si fuese…
Me acunaras algo más entre tus brazos
nadando, confundida pliegue a pliegue
entre la bruma suave de tu amplio regazo,
tal vez pudiese musitar la sagrada letanía que conservo desde niña.
Pero nocturna eres, Madre
y la luz disuelve, maligna, los copos de algodón de tu penumbra.
Y ya no eres santa, solo madre.
Y las palabras silentes que fluyen de mi ser se tornan vacías
inútiles, no más que mantras de cualquier oriente/occidente
Nada que no apague el canto de los pájaros.
La paz que amenazaba mi corazón de nuevo es miedo, rabia, no-perdón
De tus manos calmas no quedan más que huesos
deshilándose, perdiendo astillas de hielo ante el empuje de sol.
Y pienso Santa Madre
que eres y eras las manos mismas de mi madre
como tal, sueltas las mías
y me dejas levitando, a la deriva, en el cuarto de siempre
con las certezas inciertas de siempre
con la dualidad de una vieja/niña
de erizados cabellos
que agita los brazos, en sobrevuelo
intentando vivir el breve espacio entre cielo y suelo.
Amanda Espejo
Quilicura, octubre - 2018
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