Que te suelte, dicen, que te deje ir
que afloje mis dedos del fino hilo que te contiene
mas no lo saben, no
que no es seda sino alambre, engarzado
al contorno terco de mi muñeca.
Tú lo tiras, yo lo suelto.
Te devuelves, me arrepiento.
Que te suelte, madre
que te devuelva tu propia corona de espinas.
¿ En qué hombros la cargarías?
Eres tan débil, tan etérea…
No soportas ni una hoja en tu blanquecino cabello.
Menos, tus manos ondulantes
mecidas al viento quedo…
Menos, tus pies entumecidos
llagados tras un ciclo de desvarío.
Que te suelte, que te deje partir
¡Qué desatino!
Desde el sueño primogénito, tú siempre partiste.
Te fuiste. Volviste la espalda dejándome atrás.
Me nombraste perdida mucho antes que me extraviara.
¡Pobre de ti!
¡Ay, de quien no tema el peso de la sangre!
Que te suelte dices…
Me lo susurras de tanto en tanto en noche sin luna
¡Ay, ingrata!...
¡Si eres tú quien no acaba de cortar el hilo de mi escritura!
Mira como caracoleas sobre la superficie alba…
Mírame, obsesiva
silenciosa ola… ¡Ay, si danzaras conmigo!
¿Acaso no te conmueve la multiplicación de tus peces?
Y si ya te has ido… ¿Por qué te quedas?
Amanda Espejo
Quilicura, enero- 2019
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