ACERCA DE SUSURROS QUE GRITAN
(Presentación para el poemario de Olga Sotomayor)
Recuerdo que lo primero que me llamó la atención del trabajo
literario de Olga Sotomayor, fue el título elegido para su libro: SUSURROS QUE
GRITAN. La paradoja implícita en el título me hacía dudar del porqué y de qué
se trataba. ¿Un recurso literario?¿Un simple juego de palabras?¿Una antítesis
pensada para resaltar? Reconozco que
suelo ser obsesiva en cuanto a responder mis interrogantes, a pesar de ello, no
me animé a preguntar nada, sino, opté por esperar hasta
tener el manuscrito en las manos. Ese momento llegó, y con él,
lentamente, a medida que recorría los textos que lo componen mis dudas se
disiparon. Efectivamente se trataba de susurros, temas que por su delicadeza o
intimismo han de ser depositados amorosamente en el oído del receptor. Sin
embargo, en cada nuevo poema o escrito, subyacía, innegable, un grito de
ansiedad, de ahogo y hasta casi
frustración por no poder gritarlo, literalmente, a los cuatro vientos.
De vientos y brisas rememorativas se trata también este
libro, y circulan entre sus páginas todo un cúmulo de emociones que la autora
ha ido recolectando, dedicadamente, en cada estación a lo largo del camino de
su vida. Aquí no hay nada que no lleve, indeleble, el sello de lo femenino en
su más fresca versión. No existen afeites, disfraces o figuras literarias que puedan maquillar lo que fluye
desde lo íntimo de la autora, y eso mismo se convierte en el mayor atractivo de
esta obra: aquí ella ES. Y lo escribo así, en mayúscula, como respeto a la valiente
desnudez con que ella se presenta ante nosotros.
Una Olga aún
niña, indiferente al tiempo y sus fracciones, es la que, volviendo la vista
hacia lo pretérito, busca al ausente y le susurra este Retrato de un Familiar:
“Tú debieras ser mi modelo de hombre. Lo que quizás tendría que
haber buscado en mis parejas...o lo que no.
Tú me habrías aconsejado frente a hombres inapropiados, advertido
frente a cínicos de primera, ahuyentando a donjuanes por doquier.
Tu deber era educarme, criarme, enseñarme y orientarme en el largo
o corto camino de mi vida”.
Y este verso que, en mi opinión y gracias a su simplicidad, logra conmover sin
aspavientos:
“Te correspondía llevarme e irme a buscar a las fiestas”.
Yo no sé -ni me
gusta debatir- de si hay o no literatura tildada de femenina frente a la masculina, pero en esta ocasión,
me inclino a creer que sí, pues nadie como una mujer es capaz de volar y
detenerse en los puntos claves de la emocionalidad, más grave aún: atreverse a
compartirlos. Y es allí donde surge el GRITO, ronco, casi gutural a
consecuencia del enfrentamiento temprano con la muerte, pero persistente y
valiente en cada perspectiva. Oscilante, cambiante, hasta derivar en
despreocupados gorjeos que alaban La
Maravilla de la Vida:
“Graciosa, cantarina y apabullante.
Estridente, rápida y estrepitosa (…)
(…) La risa es el espíritu que habla”.