Hay días en que, no puedo evitarlo
sencillamente me canso de ser pobre,
de recolectar monedas, de tarro en tarro
para comprar el sustento.
De caminar a la tienda por el pasaje del
barrio
sorteando basura y mierda de perro.
Son días en que me pesa el párpado
en que el ojo se resiste a confrontar la
realidad,
días en todo el optimismo del mundo
no logra hermosear el entorno a costa de
color barato.
A fuerza de ideales, no se repara rotura de
muebles
ni existe techo que se componga.
Días en que no hay música capaz de ahogar
el lamento
por haber parido sobre la colcha rota,
por destejer el chaleco para tejerlo otra
vez…
y otra vez…
punto derecho, punto revés.
Gota
a gota se descama la pared en un llanto silencioso
pero
estridente al sensor del corazón.
Hay días en que me canso de soñar la
ventura del mañana
esa, que nunca llega
que no pasa de ser utopía,
falsa promesa en la boca del hombre.
La esperanza necesaria para mover la rueda
de molino.
Son días en que no basta con el tomate del
huerto
ni con la olorosa albahaca,
con el tostar del pan o el agua y limón.
¡Las
teorías del karma u omnisciencia de Dios en nada aplacan!
cuando ira, tristeza, amargura y
descontento
pugnan por estallar,
ya no sirve pensar en los niños de África,
en las guerras de medio oriente
o desigualdad de América Latina.
Hay días en que, simplemente,
quisiera, en mi vida
no haber hecho todo tan mal.
Amanda Espejo
Quilicura / febrero - 2017